La fe, da paso a la misericordia

"Y a ella le dijo: 'Tus pecados te son perdonados'. Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: '¿Quién es éste, que también perdona pecados?' Pero él dijo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado; ve en paz.'" - Lucas 7:48-50

La mayor parte de las escenas neotestamentarias donde vemos a Jesús ejerciendo la misericordia (es decir, atendiendo la miseria de otros), es confrontadora a nuestra manera contemporánea de brindar misericordia. El texto que estamos escudriñando hoy (Lucas 7:36-50) es uno donde se involucra a varios personajes: Simón (el fariseo), la mujer (anónima), Jesús y el resto de los invitados. En dicha oportunidad, Jesús aprovecha la invitación que le hace Simón para compartir con el sector de la sociedad que le señalaría y perseguiría eventualmente, los fariseos. Esa singular ocasión, que muy bien pudo haber sido una movida para auscultar la posibilidad de que Jesús se les uniera al bando, la mujer que entra a la cena, sin ser invitada la trastoca.

Esta mujer, conocida como pecadora,  llega hasta la cena y sin mediar palabras atiende a Jesús, como debió haber sido atendido por el que le invitó. Con las lágrimas de sus ojos lava los pies de Jesús, luego los seca con sus cabellos y finalmente, los unge con aceite (alabastro). Elementos importantísimos de la cultura de pureza e impureza judía y que no fueron bien seguidas por un fariseo. En primer lugar, todo hogar debía contener una vasija con agua para poder limpiar no solamente las manos sino los pies con el agua antes de entrar a la casa. También, se debía proveer de una especie de toalla para secarse. Finalmente, el aceite era necesario para luego de la purificación por utilizarlo para aromatizar. Nada de eso, lo cumplió Simón.

Esa deficiencia Jesús la utiliza para confrontar a los fariseos con su pobre práctica y hospitalidad, y les compara con la manera que le recibió una mujer pecadora. Definitivamente, "la fe, da paso a la misericordia", aquella mujer se acercó a Jesús con la confianza necesaria de saber que era lo único que le restaba por intentar. A los pies del maestro halló misericordia, no hubo juicio sobre ella, no hubo señalamientos, no se le pidió que confesara su pecado, Jesús la conocía. Solo fe. La fe, que hoy nos mueve a brindar misericordia a otros porque experimentamos primero la misma misericordia que aquella mujer pudo vivir en Cristo. Que así sea. Amén.