lunes, 28 de abril de 2014

La promesa de Dios en la tumba vacía

Texto: Mateo 28:1-10

En estos pasados días el país sufrió la pérdida del salsero José "Cheo" Feliciano. Durante la semana, escuchamos del hundimiento de un barco con jóvenes, en su mayoría, de Corea del Sur. El Jueves Santo hubo un accidente en la carretera número 1 donde perdieron la vida tres jóvenes. Podríamos continuar ofreciendo ejemplos en los cuales el tema de la muerte es la orden del día. De hecho, es lo más seguro que tenemos desde el instante en que comenzamos a respirar el día que nacimos. Ahora bien, muchos enfrentan la muerte como quienes buscan o esperan algún reconocimiento.

En el contexto del pueblo judío, el enfrentar la muerte era una asunto donde los protocolos no estaban ausentes. En el caso de la sepultura de Jesús, el sepulcro tenía una piedra, estaba velado en la noche y fue visitado por mujeres al amanecer del primer día de la semana. Esas mujeres iban con la intención de perfumar el cuerpo muerto de Jesús, cumplir con el protocolo, con lo aprendido. No tomando en consideración, quizás, todo lo aprendido en el camino con Jesús. Por eso, no nos debe extrañar su reacción ante la aparición del ángel y sus palabras.

Sin embargo, tenemos que concluir que ante la reacción de las mujeres en el sepulcro, era necesario que Jesús se les cruzara en el camino para que pudieran confirmar las palabras del ángel. La exhortación de Jesús a ellas fue a no temer. Esto, como la señal de que el temor paraliza e imposibilita, en muchas ocasiones, que no creamos, confiemos y respondamos a las promesa de Dios. La promesa de Dios en la tumba vacía nos mueve a reciprocarle con gozo, lo que hemos recibido de su mano providente, la salvación y la vida eterna. Vivamos y sirvamos con gozo. ¡Él ha resucitado!