Texto
bíblico: Mateo 20:1-16
Dice el
cuento que un ciervo se encontraba a la orilla de un lago bebiendo agua.
Mientras lo hacía, se percató que podía mirarse en el agua. Eso dio pie a que
comenzara a hacer alardes de su belleza y se decía: “¡Qué lindo hocico! ¡Qué
hermosos cuernos!” Luego de un rato, se miró las patas y se dijo: “Estas patas
tan flacas, si pudiera quitármelas.” Al poco rato, un león le sale al acecho.
Entonces el ciervo, utilizando sus veloces patas, logra escaparse, momentáneamente,
hasta que sus cuernos se enredan con un arbusto. Esto provocó que el león se lo
comiera.
Este
cuento tiene que ver mucho con el relato de los obreros de la viña. Veamos… En
primer lugar, el dueño de la viña sale a buscar obreros. Con los primeros que
habla, acuerda que el trabajo del día sería por un denario. Sin embargo, siguen
habiendo personas disponibles para trabajar y no conviene con ellos un salario,
sino que les daría lo justo. Finalmente, hubo unos obreros reclutados a última
hora. Cuando llegó el momento de pagar la jornada, el mayordomo, inició por los
últimos obreros y terminó con los primeros. ¿Cuál fue la paga? A todos por igual;
provocando malestar entre los que habían sido reclutados primero.
Al igual
que el ciervo del cuento y los primeros obreros reclutados para trabajar en la viña,
estamos acostumbrados a pensar en nosotros solamente. Sin embargo, cuando nos
referimos a la viña del Señor, que es a lo que Jesús se refiere, no se trata de
protagonismo ni reconocimientos. Se trata del fruto de alabanza que se rinde
con trabajo agradecido al Dios que llama. Por eso, para nosotros lo importante
es la viña.