Haré el ejercicio de
tomar estas palabras de Jesús para hablar un poco de lo que nos aqueja como
seres humanos y como Iglesia. Recordemos que esta perícopa contiene dos
historias, de dos mujeres y las dos están enfermas. Por un lado, se encuentra
Jairo con su hija y por el otro, está esta mujer anónima. Sin embargo,
intencionalmente, no completamos la meditación del pasaje porque deseo
concentrarme en la segunda mujer.
Luego de que Jairo ha
llamado la atención de Jesús para que vaya y atienda a su hija, sorpresivamente,
quizás para Jairo, lo hace sin alterar el paso de su caminar ante la multitud
que le aprieta y tiene necesidad. Siendo este padre un líder de aquella
sociedad, una persona de alto puesto y con mucha influencia, logra que Jesús
acceda a su petición, pero de manera inmediata. Mientras la multitud se agolpa
a un lado y a otro, llega esta mujer con una enfermedad espantosa y visible, lo
que a simple vista promovía su rechazo. Su enfermedad de 12 años era conocida
como “flujo de sangre”. Esta mujer lo había intentado todo y lo había gastado
todo. Este relato bíblico, nos hace llegar a concluir que, definitivamente,
esta mujer había escuchado sobre el ministerio que Jesús había iniciado. Al
allegarse donde Él se encontraba y ve la multitud, tienen que haber pasado
muchas cosas por su mente, todas relacionadas al rechazo, pero Jesús era todo
lo que le restaba por intentar. Por eso dice: “Si tocare tan solamente su
manto, seré salva.” (v.28). En esas palabras hallamos el milagro obrado por
Jesús en aquella mujer. Ella se acercó con confianza.
Posiblemente, nosotros
nos hemos acercado, en muchas ocasiones, con fe (intelectual) delante del Señor
para presentarle nuestros problemas. Pero más allá de la fe, Dios desea que vayamos
con la confianza de que siempre el procurará lo mejor para nosotros. Hoy
podemos escuchar la dulce voz de nuestro Padre que nos dice: “Tu fe te ha hecho
salva.” ¡Gracias Dios!