El Señor nos reúne en este espacio donde
el dolor nos arropa, pero la fe se fortalece ante una gran pérdida. Hace algún
tiempo el Rvdo. Carlos Ramos y yo conversábamos sobre teología y las confesiones
de la Iglesia y sin que le temblara mucho la voz compartió conmigo cual era su
cita favorita. Citó del Catecismo de Heidelberg
la primera pregunta:
“P. ¿Cuál es tu único consuelo en la vida
y en la muerte?
R. Que no soy de mi mismo, sino que pertenezco—
cuerpo y alma, en la vida y en la muerte — a mi fiel Salvador, Jesucristo. Él
ha pagado plenamente por todos mi pecados con su preciosa sangre, y me ha
liberado de la tiranía del diablo. Él también me protege de tal manera que ni
un cabello puede caer de mi cabeza sin la
voluntad de mi Padre en el cielo; de hecho, todas las cosas deben trabajar conjuntamente
para mi salvación. Porque le pertenezco,
Cristo, por su Espíritu Santo, me
asegura la vida eterna y me hace estar dispuesto/a y listo/a de todo
corazón para vivir en él desde ahora.”
¡Tremenda cita la escogida por el Pastor
Ramos! Sin embargo, él también tenía un tremendo sentido del humor. Hace unos
días escuché su chiste favorito y dice: “Un día dos rincoeños se encontraban hablando
de beisbol y del cielo, se preguntaban uno al otro: ¿en el cielo habrá parque de
pelota? Obviamente ninguno sabía la respuesta, solo asumían que ¡Si! Hasta que
un día fallece uno de ellos. Al llegar al cielo se percata de que efectivamente
hay un parque de pelota. Se pregunta, ¿cómo le diré a mi amigo? Bueno, se la
ingenió hasta que se le apareció al amigo para contarle y le dice: “Querido
amigo, bajé del cielo para darte dos noticias. Una buena y una mala, ¿cuál
deseas escuchar primero? El compañero le dice: Pues dime la buena. Le contesta:
Chico, el cielo hay parque de pelota. El otro le dice: Tremendo. ¿Cuál es la
mala? Le replica: Te toca lanzar en miércoles.”
Cuando hablamos de la seguridad de vida
eterna nos referimos a la garantía comprada por Dios en Cristo Jesús para
nosotros y por nuestros pecados. Esa seguridad que disfrutamos por la gracia de
Dios. Sin embargo, las incertidumbres de esta vida nos llevan a vivir con
inseguridad y sin esperanza reales. Por esa razón, debemos estar preparados
para cuando nos llegue la hora de ser convocados a lanzar en el cielo, primero
podamos contestar la pregunta: ¿cuál es tu consuelo tanto en la vida como en la
muerte? Que Dios nos ayude a vivir bajo los brazos de nuestro fiel y amante
Redentor, Jesucristo. Amén.